ARDA VIRAF: EL VIAJE DEL ALMA

En una época de oscuridad espiritual, cuando la fe en el Buen Pensamiento comenzaba a desvanecerse y los corazones se alejaban del fuego sagrado, los sabios del Imperio persa pidieron una señal. No para convencer a los incrédulos, sino para recordar a los justos que el alma no está sola, y que la muerte no es el final.

Eligieron entonces a Arda Viraf, un hombre íntegro, puro en cuerpo, mente y propósito. Tras ser consagrado con rituales sagrados y ungido con aceite de sándalo, fue inducido a un sueño profundo de siete noches. Durante ese tiempo, su alma emprendió un viaje más allá de los velos de este mundo.

Guiado por tres seres de luz —Sraosha, la Voz Divina; Rashnu, el Juez; y Mithra, Guardián de la Verdad—, cruzó los puentes que unen los planos del ser. Vio con claridad cómo cada alma, al abandonar el cuerpo, se encuentra consigo misma: con sus actos, sus palabras, sus omisiones.

A quienes vivieron con rectitud, los esperaban jardines perfumados, compañía sabia y armonía luminosa. No se celebraban títulos ni linajes, sino la limpieza del corazón y la fidelidad al bien. A los que mintieron, robaron o despreciaron la vida ajena, los aguardaban espacios sombríos. Pero incluso allí, no halló odio ni castigo arbitrario, sino un dolor pedagógico: el alma enfrentada a su propio desequilibrio.

No vio demonios, sino consecuencias. No vio condenas eternas, sino oportunidades de despertar.

Al séptimo día, su alma regresó al cuerpo. Arda Viraf despertó pálido, transformado, con la mirada llena de un fuego distinto. Narró su experiencia ante escribas y magos, y su relato fue conservado como testimonio sagrado: no sólo de lo que espera tras la muerte, sino de cómo vivir con conciencia antes de cruzarla.

Su viaje ha atravesado siglos como un faro silencioso para quienes buscan sentido más allá de lo visible. No como dogma, sino como recordatorio: que hay orden aunque no siempre lo veamos, hay justicia incluso cuando parece llegar tarde, y hay guía siempre, para todos. Basta estar atentos.

La historia de Arda Viraf nos sigue hablando como cuando fue escrita. Usa un lenguaje que no necesita fe ciega ni conversión: habla al alma con símbolos universales. El puente que deben cruzar las almas, la balanza de los actos, los guías espirituales, el reencuentro con uno mismo… todo está ahí, con sencillez, sin retórica.

El Libro de Arda Viraf es un texto místico del zoroastrismo, una de las religiones más antiguas del mundo, nacida en Persia alrededor del siglo VI a. C., basada en las enseñanzas del profeta Zaratustra (Zoroastro). Sin embargo, este relato específico fue redactado mucho más tarde, entre los siglos III y IX d. C., en lengua pahlavi (medio persa), cuando el zoroastrismo ya era religión oficial del Imperio sasánida.

Su autor no es un individuo concreto, sino una escuela de sacerdotes (mōbeds) que, preocupados por el avance del materialismo, el escepticismo y la decadencia espiritual, compilaron esta visión como una forma de renovar la fe. Arda Viraf es presentado como un hombre justo escogido para realizar un viaje visionario al más allá, y su relato tiene un fuerte componente iniciático y moral.

No se trata de una amenaza religiosa ni de una parábola para niños: es una meditación profunda sobre las consecuencias invisibles de los actos humanos. El texto no habla de castigos arbitrarios ni de recompensas banales, sino de causa y efecto: lo que uno siembra con sus pensamientos y gestos, lo recoge más allá de esta vida.

“Quien camina en verdad, aunque cruce el fuego, no será consumido.”

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