Solo vemos lo que está al alcance de nuestros ojos. Lo demás, lo que permanece oculto, es un territorio que evitamos explorar, no por falta de curiosidad, sino porque no siempre estamos listos para enfrentarlo. En el fondo de nuestras emociones, tal como en las aguas más oscuras de un lago, viven partes de nosotros que rara vez asoman. Un destello, un movimiento bajo la superficie, una presencia que sabemos que está ahí, pero que preferimos mantener a distancia.
El mito del monstruo del Lago Ness es, en esencia, la perfecta metáfora de esta realidad. El poema «En lo hondo» que compartimos a seguir, juega con esa idea de cómo, voluntaria o involuntariamente, solo vemos la punta del iceberg de los demás y cómo, de igual manera, lo que los demás perciben de nosotros es apenas una fracción.
Lo que se oculta, es siempre mucho más que lo que mostramos, ya que solo mostramos lo suficiente para no sentirnos del todo expuestos. Sin embargo, es precisamente lo que no ven lo que realmente nos define, ese misterio que habita en las profundidades.
Tal vez los «monstruos» que llevamos dentro son esos pensamientos, emociones o recuerdos que nunca terminamos de procesar. Y aunque a veces parecen inofensivos, otras veces sentimos que nos observan desde las sombras, esperando su momento para salir. Los encerramos, creyendo que, al conservar las puertas bien cerradas, los mantendremos bajo control.
Cada uno de nosotros tiene su propio «lago» interior, sus propios monstruos. No se trata de enfrentar todas esas partes de golpe, ni de intentar descifrar lo que cada una significa. A veces, basta con observar, con permitir que lo que emerge lo haga sin juicio. Al escribir, lo que estaba en lo hondo toma forma, se manifiesta de manera que ya no puede ignorarse. Y es en ese momento cuando el verdadero trabajo comienza.
Bajo esa calma aparente, en el fondo, hay un mundo completamente diferente. Como el pulpo que sale del armario en esta imagen, las emociones y los pensamientos más complejos a veces emergen cuando menos lo esperamos, y es imposible detenerlos.
No hay necesidad de apresurarse para desentrañar todo de una sola vez. Los «monstruos» internos no están ahí para ser derrotados, sino para ser comprendidos. No son enemigos, sino parte de nuestra historia que merece ser reconocida y aceptada. Lo que escribimos nos permite acercarnos a ellos, explorar sus formas, darles voz. Porque, una vez que los conocemos, dejan de ser amenazas y se convierten en fragmentos de nosotros mismos, dignos de ser integrados.
Es fácil mantenerse en la superficie, seguir adelante sin mirar atrás ni hacia abajo. Pero cuando decidimos escribir desde las profundidades, el reto está en abrazar cada pedacito de nuestra alma que encontramos.
La introspección es sumergirse en un lago, nuestro lago. Es un acto de coraje, sí, pero también, por encima de todo, un gesto de amor propio.
En lo hondo
Como la cabecita de Nessy, el monstruo más buscado, es lo que ves de mí. Solo ves la puntita que asoma entre las aguas en las que vivo. La punta que te llena de curiosidades, la cabeza de algo que se mueve y sale a respirar.
Tal vez.
O puede ser que salga a vigilar. El guardián de los monstruos inocentes que habitan en el lago y controla si los monstruos de fuera preparan un ataque. En mis profundidades habitan muchos monstruos, tantos que ni yo los conozco a todos.
Algunos no tienen ni cabeza, ni ojos, ni escamitas, pero sé que son míos porque viven aquí. Aquí, en mi lago profundo de aguas vivas, donde vivo yo con todo lo mío que no me mataron. Nunca entendí si nacidos de mí, por mí creados, o es coincidencia que nademos juntos.
Nadar en este lago es fácil. Navegar también, basta que te subas en algo que flote y sepas remar. Lo difícil es tener un equipo de buceo hecho para aguantar mis aguas más profundas. No porque estén llenas de monstruos, que al fin y al cabo son primos de los tuyos…
Es solo por lo hondo que me escondo.
Isabel Salas
Del libro EL CANARIO Y LA MÁQUINA DE COSER