EL DUELO AMOROSO

El duelo amoroso, aunque diferente en ciertos aspectos al duelo por la pérdida física de un ser querido, ha sido objeto de múltiples estudios que revelan algo impactante: el dolor emocional que experimentamos cuando perdemos a alguien que amamos es, en muchos casos, comparable al dolor que sentimos por la muerte de un ser querido.

Investigaciones recientes han demostrado que el cerebro procesa las rupturas amorosas de una manera muy similar a cómo procesa el duelo por la muerte. Un estudio realizado en 2011 por Edward Smith, profesor de neurociencia cognitiva de la Universidad de Columbia, y sus colegas, mostró que las áreas del cerebro activadas cuando una persona atraviesa una ruptura amorosa son las mismas que se activan cuando experimentamos dolor físico o perdemos a un ser querido . De hecho, el rechazo o la pérdida en el amor provoca una reacción similar en el cerebro a la que sentimos ante una herida física real, afectando regiones como la corteza cingulada anterior y la ínsula, áreas asociadas con el procesamiento del dolor emocional y físico.

Esto significa que, desde el punto de vista neurológico, el dolor de un corazón roto es real y palpable. A menudo, quienes experimentan una ruptura amorosa no solo sienten una profunda tristeza, sino también síntomas físicos: insomnio, fatiga extrema, pérdida de apetito, e incluso dolores en el pecho. Estos síntomas son una manifestación de cómo el cuerpo y la mente se ven afectados por la pérdida de una conexión emocional profunda.

Además, un estudio realizado en 2010 por la psicóloga Naomi Eisenberger de la Universidad de California, Los Ángeles (UCLA), concluyó que el dolor social, como el rechazo o la pérdida de un ser amado, se activa en las mismas redes neuronales que el dolor físico . Esto sugiere que el cerebro no distingue claramente entre el dolor físico y el dolor emocional, lo que explica por qué el duelo amoroso puede ser tan devastador.

Este tipo de dolor es parte de la razón por la que el duelo amoroso merece ser tratado con la misma compasión y cuidado que el duelo por la muerte de un ser querido. A menudo subestimamos lo devastador que puede ser perder un amor, minimizando el impacto emocional que puede tener en nuestra salud mental y física. Sin embargo, como muestran estos estudios, el cerebro registra la pérdida de una conexión emocional profunda como un trauma.

El poema «El amor muere» refleja esa verdad universal: el amor tiene su ciclo, y cuando ese ciclo llega a su fin, algo dentro de nosotros también muere. Como en el duelo por un ser querido, el duelo amoroso nos sumerge en una profunda tristeza, en la sensación de vacío y de pérdida que no solo afecta nuestro estado emocional, sino también nuestro bienestar físico.

El duelo amoroso, como todo proceso de duelo, tiene fases. Hay momentos de negación, de ira, de negociación, de depresión, y, finalmente, de aceptación, según el modelo clásico de las cinco etapas del duelo de Elisabeth Kübler-Ross. Pasar por cada una de estas etapas es necesario para cerrar el ciclo de una relación y comenzar el proceso de sanación. Y, aunque el amor muera, las lecciones que nos deja permanecen con nosotros, igual que las enseñanzas que heredamos de quienes ya no están.

El amor muere

El amor muere.
Como todo lo que nace,
tiene su tiempo
y muere.

Por suerte colapsa, se estropea
y le llega la muerte.
Fenece de pronto
lo mismo que nació,
agotado, roto,
sin preguntar,
sin esperarlo nadie.

Sin alardes, tranquilo,
sin avisar.

El amor expira
como todo lo que debe morir,
para dejar espacio,
y que otras cosas nuevas,
odios o amores
puedan vivir.

Cuando se acaba la fuerza vital
que lo dejaba vivo,
el amor se termina
y es tan triste esa muerte

que se atragantan
lágrimas y versos por igual,
en los entierros
de los amores
muertos.

Isabel Salas
Del libro Te contengo

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